Hace 800 años que Domingo empezó a soñar y preparar la «Santa Predicación» y a ella asoció, por la oración y la penitencia, a las mujeres.

 

Pero, ¿por qué empezar esta tarea evangelizadora, en la Iglesia y para la Iglesia, desde la contemplación?

 

Contemplar es «mirar», tener los ojos abiertos. Ver como Dios ve y nos ve a cada uno de nosotros y a nuestro mundo. Contemplar es «escuchar». Tener los oídos atentos para recibir y acoger su Palabra y tomar conciencia de las necesidades que nos manifiestan nuestros hermanos.

 

Es por esto que Domingo construye y edifica su «Casa de Predicación», su Orden de Predicadores, con los cimientos de una vida contemplativa, para que miremos con una mirada limpia y un corazón puro, con los ojos de Dios, nuestro mundo. Y estemos abiertos a su Palabra, escuchándola, acogiéndola en nuestra vida para engendrarla y volverla a dar a luz en nuestra carne para nuestro mundo. Que nuestros oídos se afinen y estén atentos, como los de Dios, al clamor y las necesidades de nuestros hermanos los hombres.

 

Así nos quiso Domingo y así queremos seguir viviendo: ALABANDO a Dios en todo lo que hacemos. De qué nos sirve acumular riquezas y propiedades si dejamos de disfrutar de lo que somos: «Alabanza de su Gloria». BENDICIENDO, y hacerlo siempre en nombre de Dios y no en el nuestro propio. Y PREDICANDO con nuestra vida, testimoniando a Cristo y haciendo que los demás «saboreen» a Dios con nuestros servicios.