DOMINGO, LUZ DE LA IGLESIA

Las intuiciones de Santo Domingo y la Iglesia de hoy

Para mí, pensar en Sto. Domingo me trae a la memoria tres intuiciones básicas que, simplificando podremos vincular a cada una de las ramas de la orden: la primera es fundar una Orden de Predicadores para luchar contra la herejía; la segunda, haber creado una orden contemplativa que respalde con su oración la obra de la evangelización; la tercera, que comparte con S. Francisco, haber pensado en un laicado bien formado, con una gran exigencia de vida cristiana, pero vivida en el mundo.

La idea de fundar una Orden de Predicadores nos recuerda que para luchar contra el error no hay camino más directo que la formación del pueblo. En la ignorancia todos los errores habitan. Combatir el error con el miedo (como tantas veces se hizo después) lejos de ayudar, estorba. No hay que tener miedo al conocimiento. Frente a quienes entienden que para controlar al pueblo hay que mantenerlo en la ignorancia haciéndolo así más manipulable. Sto. Domingo, sin miedo, promueve la instrucción de la gente sencilla mediante la predicación bien preparada y fundamentada teológicamente. Si la persona tiene formación para elegir, elegirá la verdad. Si elige el error a sabiendas no merece la pena retenerla a la fuerza.

 

La segunda intuición, la creación de la orden contemplativa, nos pone delante que la lucha contra el error, como todo combate auténtico se decide en dos frentes uno: quizá el más brillante, viene representado por la rama masculina de la Orden, ellos, como hemos dicho, combatían el error mediante el estudio y la predicación. El segundo frente, a modo de retaguardia está representado por las contemplativas dominicas, es menos vivible a los ojos de los hombres, pero es tan necesario como el primero. Ellas como un nuevo Moisés, que con sus brazos extendidos sostenía la lucha del pueblo elegido, sostienen la predicación de los frailes. Además les recuerdan que la verdad de la predicación se juega en la oración, en la contemplación serena, sin distracciones. Allí donde el Maestro, el único Maestro, habla al corazón. Sin este alimento, los predicadores se predicarían a sí mismos y su ciencia sería ciencia humana. Predicar la palabra de Dios requiere escuchar constantemente a quien es la Palabra. Recoge así Sto. Domingo la tradición más genuina de la iglesia que expresara, muchos siglos antes de Sto. Domingo un antiguo monje, Evagrio Póntico: “El pecho de Cristo contiene el conocimiento de Dios. Quien se recueste sobre él será teólogo”.

La tercera nos habla de que si la Iglesia quiere ser fiel a su condición de signo debe realizarse en medio del mundo. Los miembros de la orden tercera podrían entenderse así como quienes están llamados a mostrar, encarnados en la realidad de nuestro mundo, la Palabra de Dios orada y predicada.

Así, mirando la obra de Sto. Domingo reconozco intuiciones especialmente necesarias para la Iglesia entera, en un mundo como el nuestro, si quiere ser fiel a su tarea evangelizadora. Si las olvidamos podemos confundir la formación con la propaganda viendo como quienes hablan de todo acaban por no profundizar en casi nada. Si las tenemos en cuenta, escucharemos siempre a Dios antes de hablar de Dios y no tendremos miedo a un laicado adulto y bien formado. Sabremos siempre que en nuestro deseo de comunicar la Verdad es la vida, más que la erudición, lo que cuenta.


                                                             Luis María Salazar García. 

                                          Rector del Seminario Diocesano de Jaén

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