Corpus Christi: sabernos amados de una forma infinita.

 Hablar de la Solemnidad del Corpus Christi para quien suscribe es hablar, o, mejor dicho, intentar trasmitir una serie de sentimientos y vivencias que hablan, quizá, de toda mi existencia. Solemnidad marcada sobremanera en mi lugar de origen que, pensar en ella, inevitablemente hace que se junten olores y colores; flores, arenas y altares para que, Jesucristo, hecho Pan de Vida, nos diga por nuestras calles y plazas que nos ama de una forma infinita.

 

Pero el Corpus no pude quedar reducido, de ninguna manera, a recuerdos de antaño y tradiciones por cumplir y no perder. Y es que esta Solemnidad nos lleva a la actualidad de la Presencia; nos lleva a gritar al mundo entero, sin arrogancia pero con orgullo, que Jesucristo sigue hoy, aquí, junto a nosotros. Y lo hace de una manera tan sencilla, tan común, que le basta un poco de pan y algo de vino. Así, desde lo cotidiano y lo común, se nos muestra Dios. 

En la Eucaristía somos alimentados con lo mejor de lo mejor en lo más íntimo de nuestra realidad. Pero este alimento no es para satisfacer nuestras necesidades corporales y los vacíos existenciales que podamos tener, ya que va mucho más allá que todo eso. Jesucristo eucaristía, Jesucristo escondido pero real en el pan y el vino, quiere saciar del todo y para siempre nuestra hambre de felicidad, de justicia, de paz; nuestro anhelo irrenunciable de eternidad, así como la necesidad imperante en nosotros de amar, y de ser amados de forma infinita.

 

Santo Tomás de Aquino, de forma sublime, escribió en el himno Pange lingua que tenemos que cantar a ese Misterio, aunque sabiendo que nunca lo vamos a comprender del todo. Que nunca nuestros sentidos ni nuestra razón, dirá Tomás de Aquino, comprenderán en totalidad lo que ahí está escondido. Es nuestra fe la que nos ayuda a entender, un poquito, que ahí está escondida la Vida; una Vida por el amor, en el amor y para el amor.


Que esta Solemnidad del Corpus Christi no quede reducida a mantener formas y cantos; que no quede reducida a no perder ciertas “costumbres” del número exacto de baldosas que hay que pisar y altares en los que parar. Que este día no perdamos de vista que un humilde trozo de pan se transforma en carne viva, un frágil y pequeño disco de trigo… en Dios.

 

 

Fr. Ángel Fariña, OP

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