Hablar de la Solemnidad del Corpus Christi para quien suscribe es hablar, o, mejor dicho, intentar trasmitir una serie de sentimientos y vivencias que hablan, quizá, de toda mi existencia. Solemnidad marcada sobremanera en mi lugar de origen que, pensar en ella, inevitablemente hace que se junten olores y colores; flores, arenas y altares para que, Jesucristo, hecho Pan de Vida, nos diga por nuestras calles y plazas que nos ama de una forma infinita.
Pero el Corpus no pude quedar reducido, de ninguna manera, a recuerdos de antaño y tradiciones por cumplir y no perder. Y es que esta Solemnidad nos lleva a la actualidad de la Presencia; nos lleva a gritar al mundo entero, sin arrogancia pero con orgullo, que Jesucristo sigue hoy, aquí, junto a nosotros. Y lo hace de una manera tan sencilla, tan común, que le basta un poco de pan y algo de vino. Así, desde lo cotidiano y lo común, se nos muestra Dios.
Jueves Santo, ¿Qué puede hacernos sentir este día? ¿Qué brota en nuestro corazón lo que hoy vamos a vivir y celebrar?
No es un día más, no es un día cualquiera, es un día en el que el AMOR se hace VIVO, queriendo renacer en nuestro corazón , con un nuevo latir lleno de esperanza, de ilusión, de VERDAD. No , no es un día más, es el día del AMOR más grande , de Aquel que se da, que se parte y reparte, invitándonos a cenar, a comer la comida que nos dará la VIDA. Porque él ha deseado celebrar esta comida, esta Pascua con nosotros.
Día del Amor Fraterno, día en el que nuestro corazón se abre para volver a comenzar a ser hermanos de Verdad . A vivir juntos de esos sueños que nadie podrá romper.
Jueves Santo donde el Amor se hace el gesto más Puro, y sincero.
No lo hemos buscado , El nos buscó , nos eligió , nos encontró, nos llamo por nuestro nombre para ser sus apóstoles, y llevar su Buena Noticia. Y amar como Él amó, sí, hasta el extremo. “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida” Cristo, nos dio su vida, la entrego por amor. La dio por ti, por mí, por todos. Por el mundo.
No debemos confundir este amor como un simple sentimiento. Este Amor nace de la Libertad. Libertad de sabernos hijos de Dios, hermanos de Cristo. El amor verdadero nos hace más humanos. Nos acerca a aquellos corazones que se sienten vacíos, tristes, solos…
Un amor que se nos queda en la Eucaristía, centro de nuestra vida.
TERCER DOMINGO DE PASCUA –CICLO C–
10 de abril de 2016
Ha sido una noche larga y oscura para ellos. Quizás los acompañaba la soledad del que espera y no recibe nada; quizás el silencio paciente y abrumador de la noche que vela. Quizás una leve brisa acariciaba sus esperanzas.
Pedro subió a la barca y los demás lo siguieron en su aventura, como evocando el recuerdo de aquel día en que, desde la orilla, y la misma orilla de su ser, siguió a Jesús. Han pasado tres años desde entonces. Tres años de crecimiento y maduración espiritual. Tres años de heroicidades por aquel que ha dado la vida por salvarnos. Tres años de impulsos sin fuerza, de palabras calladas, de lágrimas amargas, de verdades negadas. Tres años para asumir el sinsentido del ser que no es en una continua progresividad de la revelación.
Ha sido una noche larga y oscura para ellos, como largo y oscuro fue el camino hacia el Calvario. Pero el cielo sigue siendo azul incluso cuando anochece. Y solo en el amanecer podía aparecer Jesús para llenar las redes de los discípulos, como solo desde las tinieblas se accede a la luz; como solo desde lo hondo se grita al Señor, que saca cada vida del abismo y nos hace revivir cuando bajamos a la fosa.
Ha sido una noche larga y oscura para ellos. Pero el alba despunta ahora sus luces: al atardecer nos visita el llanto; por la mañana, el júbilo. Y ese Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien nosotros mismos matamos cada día colgándolo de un madero, cuando vemos, oímos y callamos; cuando excluimos a nuestros hermanos; cuando fingimos ser buenos cristianos. Hemos llenado Jerusalén con su enseñanza y no nos hacemos responsables de la sangre de ese hombre. Ese hombre que aparece y, sin embargo, no reconocemos. Ese hombre divino que nos libera de Egipto, que nos otorga la conversión con el perdón de los pecados. Ese hombre que tanto nos ama. “¡Es el Señor!” Y, sin embargo, no lo vemos, no lo conocemos, no nos fiamos. Aquí está, con nosotros, animándonos a echar las redes; no importa cuán limitadas sean, ese hombre no va a dejar que se rompan. Todo cabe en los instrumentos de los pescadores de los hombres. ¿No lo veis? Lo tenemos al lado: en los ojos que lloran, en la agonía del enfermo, en los pies que tropiezan, en la hermana que no despierta de su letargo.
Este salmo, el preferido de Sor Mª Mercedes, fue el último que rezó conscientemente, la tarde del martes, 9 de febrero, en el hospital de San Juan de Dios, rezando el oficio de lecturas del miércoles de ceniza.
Hoy, quiero rezarlo en su nombre, agraciándole a Dios los años que he compartido con ella. Sor Mª Mercedes fue la monja que la comunidad designó para que me acompañase en mis primeros pasos en la vida consagrada dominicana. Así mismo, Dios tuvo a bien que yo la acompañase en sus últimos momentos. Por ello, bendice, alma mía, al Señor y no olvides sus beneficios.
El perdona todas tus culpas y cura todas tus dolencias; rescata tu vida del sepulcro, te corona de amor y de ternura. Sí, Dios es el único que puede perdonar toda la carga de pecado que nuestra debilidad y miseria van asumiendo. Curar nuestras enfermedades y rescatarnos de la fosa, y paradójicamente, lo hace a través de “la hermana muerte”, pues sólo así, gozaremos plenamente de su amor y su ternura.
El Señor es bondadoso y compasivo, lento para enojarse y de gran misericordia; no acusa de manera inapelable ni guarda rencor eternamente; no nos trata según nuestros pecados ni nos paga conforme a nuestras culpas. Sor Mª Mercedes se identificó con éste Dios, bondadoso y compasivo, pacífico y pacificador. En ella siempre encontrabas las palabras justas y oportunas. Sabía escuchar y dar buenos consejos. Era una mujer discreta y amante de la paz.
Hoy tengo la necesidad, de escribir, de compartir lo que desde hace unos días viene rondando por mi mente, por mi corazón. Me atrevo escribir en este blog de una forma muy personal haciendo una acción de gracias por el quinto aniversario de mi primera profesión, que celebraba el sábado 27.
Celebrar junto con mi comunidad el sí de cada día.
Dar gracias a Dios porque un día se fijó en mí, me sedujo y yo me dejen seducir.
El sábado abrí mi correo y el primero que me encontré fue un
mensaje de un hermano y amigo muy especial. En ese mensaje me encontré con una pregunta que hice a otro hermano y amigo especial, que decía: “¿Vendrás a mi profesión? No quiero hacer
planes de futuro.” Esta pregunta junto
con su respuesta me lleva una vez más a recordar que tenemos que vivir el día a día como el único, como el más importante. Como si fuera el último. Debemos
disfrutar de cada momento vivido, como regalo de Dios sintiendo su presencia fuerte y única en todo, hasta en lo más insignificante, en lo que pasa desapercibido, en lo que no se ve, pero está
ahí.
No solamente un día en el que dar las gracias por mí aniversario sino que todos debemos dar gracias a Dios por el regalo de la vocación, de la Vida en que El nos invita cada día a dar un nuevo SI, dar gracias por un nuevo día que vuelve a brillar para nosotros.
La vida contemplativa, es “DEJARSE MIRAR POR DIOS” bellas palabras que resuenan en el corazón. Dejarse mirar por Dios, cuando siempre pensé que contemplar era pararse , mirar fijamente algo, en silencio, disfrutando de ello, pero…también contemplar es DEJARSE MIRAR POR DIOS…Esto es la vida Contemplativa, sentir esa mirada fija en ti, saber que Dios te mira a través, de las personas, de los acontecimientos, de la naturaleza, de cada cosa. Admirar y contemplar tanta belleza, y ahí es donde está Dios.
Dejarse mirar por Dios, dejarse Amar por Él. Dejar a Dios hablar en ti, en tu corazón. Que su Palabra salga de la boca después que Él nos la ha dado.
Contemplar en una perfecta y profunda mirada con Él, experimentando un “trato familiar y cordial” como así nos dice el P. Arintero.
Dejarnos mirar por Dios, alzando nuestra mirada para encontrarnos con la suya haciéndonos con Él una sola alma y un solo corazón.
Vivir la belleza de la contemplación perfecta, esta es la invitación que Santo Tomás nos hace. Tenemos una gran suerte en la que hemos recibido este gran regalo de Dios, y no podemos dejar que se nos escape, por eso debemos cuidar con ternura nuestra contemplación hasta hacerla tan perfecta como esa mirada de Dios hacia nosotras.
Hace algunos años que en mi corazón empezó a resonar esta pregunta y al darle respuesta todo cambió de una forma radical, profunda, amorosa, real y duradera a lo largo de los años.
Hoy junto a mi Dios celebro mi aniversario de entrada en el monasterio. Dios que atrae a sus hijos poco a poco, así lo fue haciendo conmigo, poniendo en mi vida personas que me fueron presentando a un Dios por mi amado pero desconocido. Junto con mi grupo de confirmación, el seminarista de pastoral y mi párroco fuimos caminando hasta tener que dar respuesta a la pregunta que da título a este texto.