Un modo de hacer,
una forma de ser:
Domingo de Guzmán
Hoy se celebra en la Iglesia la onomástica de Santo Domingo de
Guzmán, fundador de la Orden de Predicadores (más conocidos en el ámbito eclesial como Dominicos), cuya biografía merece la pena que sea releida y, sobre todo, actualizada con el momento que nos
toca vivir. Pasear por ella nos proporciona la posibilidad de volver a nuestra propia fuente, a refrescarnos en un modo de ser cuya raíz se hunde en la tierra evangélica.
Domingo de Caleruega, como le llamaban, es uno de esos santos que primero y, ante todo, se caracterizó por ser buena persona. Se compadeció de los hombres ante el hambre que vio en los ojos de muchas personas mientras estudiaba en Palencia. Decía: no puedo estudiar sobre pieles muertas, mientras los hombres, mis hermanos, se mueren de hambre. Ante todo, y por sus circunstancias personales, decidió formarse bien en lo que entonces se llamaba el Trivium y el Cuadrivium (un compendio de materias relacionadas con lo literario y lo científico). El hecho de tener que confrontarse con la herejía cátara y albigense en el sur de Francia, alrededor del año de 1200 d.C., le ofreció la oportunidad de predicar con la fuerza de la palabra del Evangelio, sintió la llamada para contar a aquellas gentes la Verdad de la Buena Noticia de Jesús de Nazaret. En un principio, el Papa de entonces, Honorio III, no le dejaría pero, más tarde, con la fundación de la Orden, la Predicación, la Itinerancia y la Contemplación se convertirían en ideales y pilares fundamentales de su vida en comunidad y la de muchos otros que se le unieron. Las primeras personas que participaron de su carisma, de su modo de ser-hacer, fueron mujeres; surgiría así la rama más contemplativa dentro de la Orden de Predicadores, más tarde aparecerían los frailes, seguidos mucho después por las hermanas de vida activa y, mucho más cerca de nuestros días y siguiendo la línea marcada por el Vaticano II, los laicos (la Orden Terciaria y el Movimiento Juvenil Dominicano).
El legado, desde los inicios con este santo, hasta nuestros días, ha prosperado en los cinco continentes siendo hoy muy amplio, si bien en estos momentos no goza de una hermosa primavera aquí en España. Pero, más allá de los números y las cifras, hay un conjunto de personas que creen fielmente en este modus vivendi, en esta forma de ser y estar en el mundo. Quizá unos pocos pero, desde luego, bellas personas. Hombres y mujeres comprometidos con una parcela de realidad que han elegido por vocación y en la que día a día ponen su empeño por lograr hacer poesía con sus vidas en beneficio de los demás, con el mismo motor, por la misma causa de Jesús.
Sí, es cierto, no voy a dejar de ser realista pero, por favor, seamos también idealistas. Cristianos comprometidos o ateos iluminados, no importa desde qué confesión, pero que sea en pro del Bien Común, que cada día es más necesario, en pro de unos Derechos universales que den respuestas a la realidad asolada y crucificada que vemos en los medios a diario. Creo que una hermosa y buena respuesta a este ambiente lo tenemos dentro de la Iglesia en el carisma de los Dominicos. Ellos son para mí una fuente fresca y clara en la que poder beber para, junto con otros, emprender el camino que desde uno mismo sale al encuentro del hijo pródigo, de la samaritana, del pobre del camino, del ciego... de aquellos que son un hilo más de esta hermosa trama que conforma la vida humana y la vida del planeta.
Jose Chamorro