LA CONEXIÓN MÍSTICA CON DOMINGO DE GUZMÁN

A la hora de investigar sobre la biografía de Domingo de Guzmán, con frecuencia se han exagerado algunos de los momentos que predominan en su trayectoria vital: especialmente su juventud en Castilla, su etapa en el Mediodía francés y su condición de fundador de la Orden de Predicadores. Sin embargo, me parece decisivo considerar toda la vida de Domingo como un proceso global que tiene por objetivo fundamental la búsqueda incansable de Dios. Y es que, en mi humilde opinión, y en clara sintonía con la tradición dominicana, al igual que ocurre con Dios, lo más interesante de la figura de Domingo es lo que aún desconocemos de su vida pero anhelamos no sólo conocer sino también vivir.

 

En este momento de mi propia biografía, cuando me preguntan quién es Domingo de Guzmán para mí, la mejor respuesta que se me ocurre es que Domingo es una propuesta apasionante para buscar y, sobre todo, para vivir a Dios.

 

Echando un vistazo a cada momento de la biografía de Domingo encuentro un elemento común que puede resultar especialmente explicativo. En todos los momentos de su vida, Domingo se siente y actúa como un infatigable buscador de Dios. Digo esto porque entre disputas acerca de si en el primer dominico predomina la vida contemplativa o la vida activa, en realidad lo que ejerce un papel de motor espiritual es una vertiente mística que antepone por encima de todo su relación con Dios, ¡incluso lo que parecía que era su vocación! No se olvide que Domingo va renunciando poco a poco a su sueño de ir a predicar a tierra de cumanos, aparte de tener que dejar su cómoda vida en la catedral de Osma y otras cosas.

Con esto no pretendo decir que el nombre de Santo Domingo deba ser incluido en la lista de místicos “oficiales”. Tan sólo pretendo hacer notar que la mística es un factor esencial para entender quién fue y quién puede ser hoy Domingo para nosotros. Si Domingo es predicador de la gracia, lo es porque experimenta místicamente tal gracia; si ora y se entrega por su prójimo -especialmente por los pobres pecadores-, lo hace porque vive su compasión no como mera solidaridad sino de modo profundamente místico; si funda una institución para legarle el tesoro de su carisma, lo hace desde la confianza mística de que si no es algo de Dios no perdurará de modo fecundo; pero, sobre todo, Domingo acepta e integra lo que la vida le propone porque es capaz de asumirlo y celebrarlo desde su relación mística con Dios.

 

Hoy, casi ocho siglos después, la propuesta de Domingo sigue viva. Y esta propuesta es un estímulo y un aguijón espiritual para mí por dos razones poderosas: la primera porque los frutos del árbol de la gran Familia Dominicana no serán fructíferos si sus ramas no son capaces de recibir, apreciar y aprovechar esta savia mística; y la segunda es incluso más relevante pues esta dimensión mística demuestra su vigencia en su conexión con lo que yo mismo vivo en mi realidad que me pide una palabra de gracia para explicar su sentido desde Dios. Si el Bautismo nos convierte en “alter Christus”, la profesión, la promesa o la simpatía dominicana nos convierte místicamente en “alter Dominicus”, revelando así otra dimensión de lo que Y. Congar OP expresó genialmente como sentirse “ontológicamente dominico”.

 

Agradezco esta invitación a escribir sobre quién es hoy para mí Domingo de Guzmán, pues ha hecho rebrotar en mi entraña dominicana una invitación aún más grandiosa: la de esforzarme más por alabar, bendecir y predicar la vida evangélica al estilo dominicano como búsqueda mística de Dios.

 

¡Feliz día de Santo Domingo!

 

Miguel Peiro

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