Hablar de Domingo casi ocho siglos después de la fundación de Orden de Predicadores es algo que continúa siendo una novedad, pues su testimonio de vida sigue siendo en nuestros días algo casi vanguardista pero sobre todo necesario. Explicar el alcance que su persona y su vida tiene en y para mí es una tarea compleja, pues es inevitable caer en valoraciones íntimas y muy particulares. Pero considero que todos los trazos que ofrezcamos desde nuestra experiencia dibujan una imagen de Domingo que estoy convencido de que será acertada y hermosa. Y considerando lo dicho es desde donde puedo ofrecer unas líneas difuminadas que contribuyan a dicha imagen.
Al imaginar la historia de nuestro santo, en mi corazón brotan tres palabras o detalles que observo que atraviesan su vida y se prestan a ser ejemplo para todos en nuestros días. Domingo fue un místico, que se abrió a la compasión y que, en consecuencia, se comprometió.
La experiencia interior que tuvo al confrontarse con su realidad le llevó a realizar un gesto determinante en su vida: vendió sus libros. Tal vez hoy esto sea algo que podría pasar desapercibido, pero en aquel entonces los libros tenían un valor incalculable. La realidad lo confrontó en su interior y le abrió el corazón. Aquello supuso un antes y un después en su labor como discípulo y predicador, pues se hizo un hombre para los demás.
Ese acto sencillo le abrió el corazón y no pudo más que compadecerse de aquellos que más necesidad tenían. El vivió una noticia dolorosa en primera persona de un modo totalmente distinto a como nosotros las vemos desde nuestras casas. La realidad concreta lo toca directamente y no puede más que reaccionar ante ella. Domingo vendió sus libros y su corazón se abrió al mundo de Dios. Podríamos decir que él reconoció a un Jesús necesitado en el otro al que supo salir a su encuentro.
Por último, cuando la experiencia no tiene marcha atrás y te ha dispuesto definitivamente “un corazón de carne” se hace inevitable comprometerse con tu mundo. Domingo no podía más que realizar un gesto que estuviera en ese momento a su alcance pero que, por otro lado, cambiaría su visión de la vida. El compromiso con el sentido de la Palabra de Dios se hizo algo urgente y ocupó un primer plano en su vida.
Ser místico, vivir la compasión y comprometerse con la realidad que asola nuestros días es un regalo y todo un ejemplo de este buen hombre. Domingo fue una persona coherente que supo ir de dentro hacia fuera, logró arraigar su estilo de vida en una profunda y hermosa relación con Dios en su corazón. Imitó a Jesús y por ello su orar, su decir y su hacer tuvieron una coherencia indiscutible.
Hoy hay que mirar la realidad más allá de las imágenes y las noticias que se nos muestran, hay que mirarla desde la esperanza, desde nuestro interior, desde la relación que tenemos con el Dios de Jesús. Esto es ser un místico como Domingo. Si logramos abrirnos a la experiencia real y concreta nuestro corazón logrará percatarse de aquellos focos que hoy claman con más necesidad y, en consecuencia, no podremos más que comprometernos desde nuestra propia vida con los demás.
Deseo que estos días que dedicamos a recordar y revivir la historia de Domingo de Caleruega, se conviertan en una oportunidad para releer nuestra historia y poder redirigir nuestra vida de compromiso con el Reinado de Dios como hizo él.
Jose Chamorro