DOMINGO, LUZ DE LA IGLESIA

La alegría de Domingo

Esta alegría es subrayada tanto por el beato Jordán como por Sor Cecilia: alegría de su mismo semblante, expresión, como dice el beato Jordán, de su mundo interior; y que subraya también sor Cecilia. Y como el corazón alegre, alegra el semblante, la benignidad del suyo trasparentaban la placidez y el equilibrio del hombre interior. Y ciertamente no le faltaron motivos en la vida a santo Domingo para turbar esa alegría. No se puede decir que su predicación hubiera sido plena de éxitos, ni que sus frailes y monjas no le dieran motivos de preocupación, que su Orden no fuera rechazada en diversos lugares. Incluso su sensibilidad le hacía reconocerse pecador y sufrir interiormente por su propio pecado. Por eso, el ver que mantenía esa alegría tan manifiesta, y, por ello, tan resaltada en quienes le conocieron, constituye una peculiaridad relevante de su carácter.

La alegría y la afabilidad en su trato, la proximidad de Domingo con la gente, su capacidad de amistad con cuantas personas se acercan a él… son el mejor testimonio de una personalidad madura y de la integración de los valores del amor humano en un proyecto de vida evangélico y apostólico. Domingo puede dar cauce a estas virtudes humanas precisamente porque ha conseguido liberar al amor humano de todas sus desviaciones. Por eso puede vivir la amistad humana con pleno equilibrio y serenidad. Y este es el objetivo más inmediato de la opción por la virginidad y el celibato.

Sólo las penas del prójimo quebraban ese carácter risueño. El hacer suyo el dolor del otro, es algo que sobresale en las descripciones de sus contemporáneos. Deberíamos detenernos en esa, llamemos, sensibilidad, de Domingo hacia el otro: sensibilidad que le llevaba a padecer con él y a alegrarse con él, a disfrutar de la presencia de los suyos frailes, monjas y laicos.

Domingo lloró mucho, dicen sus biógrafos. Siempre en el silencio y en la soledad de la oración, oración espiada por sus frailes. Las lágrimas, para muchos tratadistas de la mística son un don de Dios, que se encuentra en personas de alta sensibilidad espiritual. Cuando Domingo llora manifiesta efectivamente su sensibilidad exquisita a los motivos de sus lágrimas, los pecados de los demás y sus propios pecados. Y, en efecto, tener esa delicadeza interior de quien se duele de la falta de fidelidad propia y la de los demás al plan amoroso de Dios hacia los hombres, retrata un modo de ser. Nada humano le es ajeno y menos aquello que degrada la condición humana, el pecado.

Oración Final

Haznos, padre, como tú: confiados en la Providencia, dóciles al Espíritu, constantes en contemplar, convincentes en predicar, prudentes al enseñar, generosos en servir, valientes en emprender; en la alegría agradecidos, en el dolor esperanzados, en el cansancio perseverantes, en el convivir sinceros. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

 

        Abdón Rodríguez Hervás OCSO

Monasterio de las Escalonias, Hornachuelos

Cordoba

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