“El cristiano que está en actitud de escucha de la palabra del Dios vivoi, uniendo el trabajo a la oración, sepa que su trabajo ocupa un puesto no sólo en el progreso terreno, sino también en el desarrollo del Reino de Dios, al que todos somos llamados con la fuerza del Espíritu Santo y con la palabra del Evangelio" (Juan Pablo II Laborem excersem)
En la vida contemplativa oración y trabajo van a la par. Así, en el horario del monasterio nos encontramos con el mismo número de horas que se dedican a estos dos quehaceres, distribuyéndose la oración a lo largo de toda la jornada, desde el amanecer hasta la hora de Completas y el trabajo en jornada de mañana y tarde.
Pero el trabajo en una comunidad monástica no es una carga, sino una respuesta a la consagración, es un medio de equilibrio para conservar la salud de alma y cuerpo y de esta manera cooperamos a la obra del Redentor.
Todo trabajo es una forma de ascesis por su dificultad, por la constancia y la habilidad que requiere y el provecho que reporta, pues favorece la armonía interior de toda la persona. Es también una forma de pobreza y que promueve el bien común en el monasterio, ya que favorece la caridad entre las hermanas. También supone una solidaridad con la suerte de todos los hombres, especialmente de los más pobres, aunque nunca hay que perder de vista que en nuestro caso, el trabajo está subordinado a la oración. Por este motivo, no se ha de imponer un trabajo excesivamente pesado a las hermanas y que les produzca tensión.
Una de los números de nuestras Constituciones dice: “Brillen por la calidad y la perfección los trabajos de las monjas”. Aunque no lo dijera, es seguro que el trabajo realizado estaría bien hecho. Nuestro trabajo es continuación de nuestra oración, se complementan, y por este motivo el trabajo es también oración. Pudiéndose puede apreciar la belleza de tantas labores hechas por contemplativos.