Cuando cada mañana muy temprano camino hacia el coro
para comenzar la jornada con el Señor junto a mis hermanas de Comunidad, atravieso el bello claustro en el que se encuentra ubicado el cuadro con nuestro Padre Santo Domingo, el cual
es venerado e inmensamente querido por todas.
En el transcurso de todos estos años en el Monasterio, he tenido la dicha de poder contemplar detenidamente esta imagen, y he de revelaros que nunca, en ningún momento a lo largo de todo este tiempo me ha dejado indiferente. Conforme me voy acercando a él, como si cada día fuese la primera vez que me lo encuentro, siento que me invita a detenerme, a admirar y adentrarme en ese admirable y profundo mensaje que me quiere transmitir, y que cada día experimento como nuevo.
La mirada de santo Domingo a la Virgen es una mirada atenta, delicada, llena por completo de gran amor. Parece como si me indicase, y nos indicase a todas nosotras, Hermanas Pobres de santa Clara, la importancia de vivir totalmente adheridas a nuestra Madre Santísima, la Virgen María. Está tan ocupado y absorto en su contemplación, que nada más observarlo me impulsa a olvidarme de tantas cosas relativas y carentes de importancia, para clavar mi mirada en Ella, el modelo perfecto de mujer consagrada y entregada por entero al Señor.
Si fijo mi atención en la Virgen dibujada en el cuadro, la descubro con un rostro dulce, maternal, y una suave y bella sonrisa, que me muestra que se complace al haber encontrado a alguien como Domingo de Guzmán, dispuesto a recibir de sus manos ese rosario, que nos introduce en los misterios de la vida de Jesús, y en el corazón del Evangelio, para entrar en contacto vivo con Él. Y es María misma quien además de enseñar a Domingo a rezar, lo invita a predicar, para que los pecadores se conviertan, los alejados se acerquen más a Dios, y la Buena Noticia sea extendida por doquier.
El mensaje de santo Domingo, Luz de la Iglesia, va calando en lo más hondo de mi alma, y me impulsa a acoger como él ese rosario y ese precioso Niño Dios que María sostiene con la otra mano, y a la vez le entrega y nos entrega, para que nos configuremos con Él, el más bello de los hijos de los hombres, y a Él oremos sin desfallecer, buscándolo en el silencio y en la fraternidad, predicando y extendiendo, desde lo escondido del claustro, el Reino de Dios.
Ojalá que con el correr de los años esa intensa y estrecha relación que Francisco de Asís (fundador, plantador y ayuda nuestra en el servicio de Cristo) y Domingo de Guzmán comenzaron, la continuemos afianzando y fortaleciendo más y más, y como ellos, hagamos posible, abrasadas en el fuego del Amor divino, que el edificio de la Iglesia permanezca siempre en pie, pues solo así mantendremos vivo y presente el estrecho abrazo que Domingo y Francisco un día se dieron y que los condujo a trabajar inmensamente unidos.
SOR ÁNGELA DEL ESPÍRITU SANTO, OSC.
Hermanas Pobres de Santa Clara de Estepa