¿A quién no le resulta simpática una monja de clausura? No deja indiferente a nadie, ni en positivo, ni en negativo. En una sociedad plural como la nuestra, la vida de estas mujeres sigue siendo oculta, cerrada, misteriosa, incomprensible, para muchos; pero, para los que somos testigos de su vida, desde el comienzo de la nuestra, su vida es sencilla, alegre, solidaria, cercana, hospitalaria, acogedora…
Para dar testimonio de vida las fundó nuestro padre Santo Domingo. Permitidme esta familiaridad, ya que la casa de estas monjas, cuando vivían en la calle San Vicente, fue la primera que visité al nacer tras mi salida del hospital. Santo Domingo también es mío. Siempre han sido testigos de vida, tanto para los que las conocemos de cerca, como para los que circunstancialmente se relacionan con ellas. A nadie dejan indiferente: ni a los de izquierdas ni a los de derechas, ni a los creyentes ni a los ateos; a todos interroga su vida sencilla. Con razón, nuestro padre las fundó a ellas primero, porque sin esa vida, la Predicación sería vana.
En comunidad y sencillez de vida "ofrecen culto agradable a su Creador, con una santidad vigorosa y preclara pureza de inocencia. Llevan una vida provechosa para sí, ejemplar para los hombres, motivo de júbilo para los ángeles y grata a Dios", como dirá el Beato Jordán de Sajonia, refiriéndose a las monjas de Prulla.
En un mundo tan ajetreado como el nuestro, donde lo externo prima sobre lo interno, donde la estética, el aparentar, la imagen son más importantes que la propia persona, en casa de Domingo se ofrece el cultivo de la vida interior; el crecimiento personal, en relación con Dios y con los hermanos. “En casa de Domingo se habla con Dios de los demás, para a los demás hablar de Dios”. Bien sabía Santo Domingo en su hacer. A la orden le sobrevinieron años de gloria, de sabiduría, en muchos de sus miembros. Pasó a la historia de la Iglesia como una orden “de intelectuales”, y lo fueron. Lo son. El estudio de la Sagrada Escritura, la reflexión teológica, fueron pilares fundamentales de la Predicación. Pero había algo previo, el humus que posibilitaría que ésta fuera fructífera, la oración, la contemplación.
Podemos acercarnos a Dios desde el estudio de la Escritura y de la Teología, e incluso saber hablar de Dios, pero no vivir a Dios, no sentir a Dios en nuestras vidas y en las vidas de los demás. Las monjas Dominicas son testigos de la experiencia de Dios en ellas y en la Comunidad. Comunicar la sencillez de la vida, en el día a día, en la conversación, en la acogida, en la referencia continua a Dios, Padre de todos y que a todos quiere, en eso consiste su vida: en comunicar a Dios, que “siendo rico se hizo pobre” para llegar a todos. ¿Quién no recuerda a Madre San Miguel, su sencillez y cercanía, su sabiduría que emanaba directamente de su experiencia de contemplación? ¿Quién no recuerda la vida de tantas y tantas monjas, anónimas, que no tuvieron relevancia pero que fueron el humus de vida de la Comunidad, las que posibilitaron que el sueño de Dios se hiciese realidad en la fraternidad (la oración, la vida común, el estudio y el trabajo)?
Necesitamos testigos, hombres y mujeres, que, atentos a la vida, descubran la Vida. Una monja de clausura puede ser o no ser simpática, pasar más o menos desapercibida; pero lo que sí es cierto, es que sus vidas son necesarias para que la vida prenda en nosotros. Siguen siendo ejemplo silencioso de necesidad de cultivo interior, de oración, de comunicación con el Padre, de fraternidad, de acogida, de servicio… Ellas son algo más que alguien que despierte en nosotros una sonrisa; son testigos de la contemplación del Dios de la Vida. ¿Puede haber Predicación sin Vida?
Juan Manuel López Montero
Párroco de Sta. María del Pueblo de Dios
de Sevilla